Esto, me parece, es una constatación. Y no quiero entrar en la valoración moralista que muchas veces esconde la pereza o la inoperancia detrás de sus argumentos (no vamos a hacer aquí una justificación del “dolce farniente” de la guitarra y el mate).(...)
“Hacer… para valer”Me pregunto ¿Qué está pasando?
“Hacer… para valer”Me pregunto ¿Qué está pasando?
¿Cómo es nuestra relación con el hacer?
“Algo” hay, porque no veo que este modo de hacer nos haga más felices.
En primer lugar, me parece, hemos creído (y lo confesamos casi como un credo inconsciente) que “se vale por lo que se hace”. Ya no sostenemos (al menos abiertamente) que alguien valga por lo que tiene; hemos desplazado la valoración al hacer. Se vale por lo que se hace; o dicho más precisamente: se hace porque se teme no valer. Se hace ansiosamente, angustio-samente, porque se tiene la secreta sospecha de que hay que justificarse de alguna manera. Se hace desde el miedo a no valer, desde una mirada que autodesvaloriza. Entonces, nada alcanza, porque esta es una trampa sin fondo. De ahí la disconformidad respecto a lo que se hace y a lo que otros hacen (esa insatisfacción de fondo que los antiguos llamaban asedia). No se hace desde la plenitud, desde el salir de sí mismo; se suele hacer desde la posesividad, con la intención de que la obra “justifique” -de alguna manera- al que hace. ¿Por qué si no tanta dificultad para disponer de determinados religiosos que son “imprescindibles” para su obra? ¿No será que es al revés: que la obra es imprescindible para el religioso en cuestión?
Y vuelvo a la pregunta del principio: ¿Es que no alcanza con haber entregado la vida? La pregunta no es nada inocente. Pareciera que esto de entregar la propia vida, de entregarse es un “supuesto” que ya está; después hay que “hacer” y hacer bien. No lo sé. Digo, no sé si el supuesto está. Nuestra vida ha sido consagrada, es decir ha sido hecha sagrada por Dios que nos ha dicho “tú eres mío, porque eres mío”, por puro gusto suyo, por puro amor nomás.¿Y en qué consiste este entregar la vida? En primer lugar en hacerse conciente que uno tiene una vida que le ha sido regalada y que esa vida vale -hagamos lo que hagamos- porque tiene aún el olor a las manos de Dios. El núcleo que le da sentido es el deseo de Dios que se manifiesta reflejado en nuestra vida como deseo, propio, hondo que nos saca de nosotros mismos y nos hace salir al encuentro de los otros, irradiando y encontrando a ese Otro que llena lo que somos.Entregar la vida es dejar salir lo que Dios ya ha puesto en nosotros. No hay que adquirir nada, sólo encontrar los medios para canalizar; es decir para hacer el canal para que eso que es don de Dios en uno, llegue a los otros.
Vivir desde lo hondo, desde la experiencia de ser amado, intentando responder con amor: eso tiñe de una manera particular un modo de hacer, que no es angustioso, ni ansioso, no compulsivo. Un “hacer” diferente que surge más de la plenitud que de la carencia.Porque cuando andamos cabizbajos, con el ceño fruncido, preocupados por sacar adelante nuestras obras y proyectos, no es un descanso lo que necesitamos, o no el tipo de descanso ese que “el mundo” también ha canonizado. No son los viajes en sí los que nos sacarán ese rictus del rostro. Lo que hace falta es conectar con lo Hondo, profundizar el diálogo con el Maestro, perseverar en el silencio de la escucha de su Palabra, eso es lo que de verdad hace falta.
“¿Vas a seguir enojado?” (cfr. Jon. 4,9)Y hay algo más: mientras no nos desapeguemos de nuestros enojos (que están ahí, más arraigados de lo que nos gustaría reconocer) seguiremos como el pobre profeta Jonás: a los tumbos, sin conformarnos con nada, escapando, yendo para abajo pero no a lo hondo, sino a las oscuridades del encierro.Desde el enojo se hace a veces lo que Dios quiere -como Jonás al final- pero sin ser capaces de gozar por ser instrumentos en sus manos.
“¿Vas a seguir enojado?” (cfr. Jon. 4,9)Y hay algo más: mientras no nos desapeguemos de nuestros enojos (que están ahí, más arraigados de lo que nos gustaría reconocer) seguiremos como el pobre profeta Jonás: a los tumbos, sin conformarnos con nada, escapando, yendo para abajo pero no a lo hondo, sino a las oscuridades del encierro.Desde el enojo se hace a veces lo que Dios quiere -como Jonás al final- pero sin ser capaces de gozar por ser instrumentos en sus manos.
Y Dios que es bueno, nos sigue cuidando con ternura, como al pobre profeta con su ricino, pero no hay caso: ninguna ternura alcanza para el que no quiere soltar su enojo. “tengo razón para estar enojado y hasta la muerte” (Jon. 4,9). Muy bien, toda una declaración de principios. El problema es que ese enojo muchas veces lleva a actitudes contrafóbicas que y volvemos al principio- canonizan el “hacer” porque eso significa de alguna manera “demostrar” (¿a quién? ¿a quiénes?) que “podemos”, que “ sabemos”… que “no somos lo que otros piensan”… que “ya van a ver”…Jonás insiste en aferrarse a su enojo. Dios mientras tanto lo espera… Nos espera. Espera que de verdad le creamos. Que creamos en lo que El ha visto en nosotros; eso irrepetible que cada uno es. Espera que aprendamos a vivir desde ahí, desde el don de Dios que somos, desde lo más “original”.
Mientras tanto, imagino, Dios mirará con simpatía nuestro afanoso hacer, sonreirá bastante con nuestras valoraciones tan “ejecutivas” y esperará encontrarnos debajo de algún ricino para decirnos: “gracias por el don”; que a El le alcanza y le sobra- con la entrega sincera de nuestras vidas.
(RAFAEL VELASCO S.J.)
3 comentarios:
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