jueves, octubre 27, 2005

CARTA ABIERTA AL PUEBLO ARGENTINO

“Somos mujeres y hombres católicos de los cuatro puntos cardinales del país que damos gracias a Jesús por habernos encontrado en el Congreso de Laicos 2005-2010.Porque hemos comenzado a construir un espacio para dialogar, queremos compartir con todas y todos los argentinos la alegría del encuentro. La experiencia nos compromete a tender la mano y abrir los oídos a tantas y tantos que no se sintieron convocados. Mirando hacia la Argentina del bicentenario, éste es el punto de partida de un camino al que queremos inclusivo, participativo y federal.Tenemos la voluntad y el compromiso de iniciar un proceso personal, comunitario y social, junto con muchos otros para renovar la Argentina, y así llegar a ser plenamente una Nación.Percibimos la urgencia de participar en una corriente cultural que nos permita reconstruir el tejido social en el respeto mutuo y el bien común.Queremos contribuir a que cada uno asuma como protagonista su cuota parte en la crisis y dejar de responsabilizar de lo que pasa sólo a los demás. Queremos contribuir a recuperar el sentido del bien común que es terminar con los escándalos de la exclusión, el hambre y la corrupción.Somos conscientes de que en el pasado no hemos estado a la altura de nuestras responsabilidades; por lo cual, renovamos el pedido de perdón formulado por la Iglesia en Córdoba, en el Año Santo del 2000.Queremos dialogar para terminar con desconfianzas y recelos, para compartir dudas y perplejidades y para construir unidos un renovado estilo de ser Iglesia en una sociedad abierta y plural.Con este espíritu, quienes hemos participado de esta experiencia, nos sentimos parte de una red y nos comprometemos a extenderla a lo largo y a lo ancho del país.Asumimos así la voluntad de gestar un laicado maduro, abierto a la diversidad, al servicio de los más débiles, constructor de la justicia, la solidaridad y la paz, por cuya coherencia, los argentinos puedan reconocer los valores evangélicos. Jesucristo, Señor de la historia, “concédenos la sabiduría del diálogo, y la alegría de la esperanza que no defrauda.”

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