Con motivo de la Convención Constituyente se ofrece la oportunidad de hacer un oportuno ejercicio del diálogo ciudadano y encaminarlo a la auténtica amistad cívica
QUINTO DOMINGO DE PASCUA
6 de mayo de 2007.
Juan 13, 31-33. 34-45.
1.- La epidemia de la incredulidad. Buscar a Dios es la tendencia natural de todo hombre. Hay quienes se excluyen de esa búsqueda traicionando su tendencia y anulando su capacidad de poseer la verdad. El número de los mismos aumenta peligrosamente. Es triste pensar que no existe antídoto para la epidemia de la incredulidad. Ciertamente existe, pero es rechazado a priori por un mundo sumido en la inconciencia y en la soberbia. Me refiero al llamado evangélico a la humildad y a la conversión. No obstante es preciso insistir aunque resulte incómodo e inoportuno. La Iglesia tiene en sus labios la palabra que los hombres necesitan, sean creyentes o no. No es suya, ni es producto de su ingenio filosófico, en consecuencia no puede guardarla para sí, le ha sido otorgado para quienes buscan a Dios con honestidad. Como es imposible distinguir, a simple vista, a unos de otros, debe proponer la palabra de Dios a todos, aún sufriendo la contradicción y la persecución de quienes han tomado la decisión de rechazarla. La llegada de Dios siempre ha sido cuidadosamente preparada en una historia trabajosa, colmada de fragilidades, de aciertos y desaciertos. Es una historia que se repite. No debe alarmar que hoy ocurra lo mismo. Tampoco debe sorprender que quienes tienen la misión de presentarla se vean continuamente objetados y perseguidos. Es una palabra que reclama cambios de fondos, transparencia y coherencia, en oposición a la testarudez de quienes no aflojan en su soberbia intransigencia. Es tan universal la palabra de Dios que pone en entredicho también - y principalmente - a quienes son constituidos en heraldos de la misma.
2.- Oportuno ejercicio del diálogo. La predisposición humilde necesita un cultivo incesante y empeñoso. No creo que el ambiente socio-cultural actual favorezca ese necesario cultivo. El enrarecimiento antidialogante y destructivo que se advierte en tiempos próximos a las elecciones desalienta todo responsable acuerdo y honesta confrontación. El desaliento no descalifica la posibilidad. El primero procede de un sentimiento de cansancio, la segunda de la convicción de posibles superaciones. ¿No es, acaso, el momento de desechar al primero y de promover a la segunda? Para ello será preciso el esfuerzo común, el estudio inteligente de factibilidades y las medidas adecuadas para lograr el objetivo. Con motivo de la Convención Constituyente se ofrece la oportunidad de hacer un oportuno ejercicio del diálogo ciudadano y encaminarlo a la auténtica amistad cívica. Cuando se da lo contrario; cuando se acentúa la división y se agrava el distanciamiento, será conveniente examinar los términos acordados inicialmente para corregirlos o reemplazarlos. Pero, ¡qué lejos está, del actual comportamiento, la buena voluntad para el diálogo sincero! Apriorísticamente se crean proyectos fraudulentos con el propósito de anular al adversario, sin importar si está en lo cierto o no. Los ciudadanos más reflexivos y bien predispuestos podrán ponerse a la cabeza del cambio y hacer posible la superación de los diversos conflictos y aceptar sus desafíos. Es preciso que aparezcan, o los dejen aparecer, al promover los aportes sensatos y el diálogo constructivo.
3.- Desmontar viejos rencores. Existen, en las solapas de los mejores uniformes, propósitos destructores, bien asistidos por la praxis de la prensa amarilla, que impiden los necesarios acercamientos y la reconciliación de las partes. Es preciso dar pasos hacia delante y desmontar los viejos rencores. El Evangelio es “gracia” para restablecer la armonía de las voluntades, hasta el momento contrapuestas, por la única razón de que Dios es Padre de todos y ama a todos sus hijos. Jesús no cesa de predicarlo y exigir, mediante la conversión, que se inicie de inmediato una nueva y generosa relación entre las personas. Si se logra, el abismo quedará cerrado para que las manos puedan estrecharse lealmente, y - sin eliminar las legítimas diferencias - llegar a la concordia y a la paz. Es la hora de recurrir a Dios, con corazón humilde, y confiar en el Único absolutamente confiable. Su acción restablece la concordia y la amistad y, de esta manera, responde a la mayor necesidad de la humanidad. Sin duda la sociedad de la que somos parte dispone de formas variadas, hasta contradictorias, para expresar sus acuciantes necesidades. La aparente algarabía de conocidos espectáculos de TV termina siendo una mueca espantosa que concluye en el llanto y en la desesperación.
4.- Alejamiento de Dios. ¡Volver a Dios! Se entiende que uno está lejos de Dios para decidir volver a Él. Los signos escalofriantes de un mundo sin parámetros morales, sin ideales elevados, indiferente ante el dolor, la pobreza y la injusticia, indican que el alejamiento de Dios ha cobrado proporciones inéditas. No es la hora de dramatizar infundadamente la realidad humana que golpea cualquier mirada atenta y honesta. La verdad de los acontecimientos posee una carga dramática propia, que no necesita que se la agrave artificialmente. La fe en Cristo Resucitado abre una puerta siempre nueva para ingresar en el misterio de la santidad de Dios. Está la miseria y el crimen, pero también - y de manera muy pujante - está la gracia y la cercanía admirable del Padre Dios, en su Hijo Jesucristo. La victoria del Amor misericordioso no es motivo para manejar malintencionadamente slogans guerreros por parte de algunos caricaturistas contemporáneos. “Cristo vence” significa que la misericordia del Padre se ha instalado definitivamente entre los hombres y que aguarda ser acogida por la humanidad necesitada. Es imperioso y urgente proclamarlo sin temor ni respeto humano por quienes perciben sus frutos en sus propias vidas. Los testigos del Amor misericordioso de Cristo son los santos o, en otros términos, los buenos cristianos.
5.- La ambientación necesaria. La Pascua conforma un ámbito espiritual al servicio de todos. Es preciso, desde la evangelización, no cerrarse a esquemas estereotipados so pretexto de cuidar la ortodoxia, que bien custodia Dios por su Espíritu. Me alegró cuando, en la última Declaración de la Conferencia Episcopal Argentina, los pastores direccionaron su exhortación - además de a los hijos de la Iglesia - a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. El diálogo con todos es una exigencia del carácter universal del mensaje evangélico. Si no se produjera los responsables de su difusión lo traicionarían. Siempre es ocasión para activar ese trascendente diálogo. Cada época es un nuevo y acuciante desafío para entablarlo. La nuestra está como a la espera del empeño de sus naturales evangelizadores, me refiero a los cristianos. La continua celebración de la Pascua - la Eucaristía - produce la ambientación necesaria. Se celebra en la Iglesia, y es ella quien la celebra.
6 de mayo de 2007.
Juan 13, 31-33. 34-45.
1.- La epidemia de la incredulidad. Buscar a Dios es la tendencia natural de todo hombre. Hay quienes se excluyen de esa búsqueda traicionando su tendencia y anulando su capacidad de poseer la verdad. El número de los mismos aumenta peligrosamente. Es triste pensar que no existe antídoto para la epidemia de la incredulidad. Ciertamente existe, pero es rechazado a priori por un mundo sumido en la inconciencia y en la soberbia. Me refiero al llamado evangélico a la humildad y a la conversión. No obstante es preciso insistir aunque resulte incómodo e inoportuno. La Iglesia tiene en sus labios la palabra que los hombres necesitan, sean creyentes o no. No es suya, ni es producto de su ingenio filosófico, en consecuencia no puede guardarla para sí, le ha sido otorgado para quienes buscan a Dios con honestidad. Como es imposible distinguir, a simple vista, a unos de otros, debe proponer la palabra de Dios a todos, aún sufriendo la contradicción y la persecución de quienes han tomado la decisión de rechazarla. La llegada de Dios siempre ha sido cuidadosamente preparada en una historia trabajosa, colmada de fragilidades, de aciertos y desaciertos. Es una historia que se repite. No debe alarmar que hoy ocurra lo mismo. Tampoco debe sorprender que quienes tienen la misión de presentarla se vean continuamente objetados y perseguidos. Es una palabra que reclama cambios de fondos, transparencia y coherencia, en oposición a la testarudez de quienes no aflojan en su soberbia intransigencia. Es tan universal la palabra de Dios que pone en entredicho también - y principalmente - a quienes son constituidos en heraldos de la misma.
2.- Oportuno ejercicio del diálogo. La predisposición humilde necesita un cultivo incesante y empeñoso. No creo que el ambiente socio-cultural actual favorezca ese necesario cultivo. El enrarecimiento antidialogante y destructivo que se advierte en tiempos próximos a las elecciones desalienta todo responsable acuerdo y honesta confrontación. El desaliento no descalifica la posibilidad. El primero procede de un sentimiento de cansancio, la segunda de la convicción de posibles superaciones. ¿No es, acaso, el momento de desechar al primero y de promover a la segunda? Para ello será preciso el esfuerzo común, el estudio inteligente de factibilidades y las medidas adecuadas para lograr el objetivo. Con motivo de la Convención Constituyente se ofrece la oportunidad de hacer un oportuno ejercicio del diálogo ciudadano y encaminarlo a la auténtica amistad cívica. Cuando se da lo contrario; cuando se acentúa la división y se agrava el distanciamiento, será conveniente examinar los términos acordados inicialmente para corregirlos o reemplazarlos. Pero, ¡qué lejos está, del actual comportamiento, la buena voluntad para el diálogo sincero! Apriorísticamente se crean proyectos fraudulentos con el propósito de anular al adversario, sin importar si está en lo cierto o no. Los ciudadanos más reflexivos y bien predispuestos podrán ponerse a la cabeza del cambio y hacer posible la superación de los diversos conflictos y aceptar sus desafíos. Es preciso que aparezcan, o los dejen aparecer, al promover los aportes sensatos y el diálogo constructivo.
3.- Desmontar viejos rencores. Existen, en las solapas de los mejores uniformes, propósitos destructores, bien asistidos por la praxis de la prensa amarilla, que impiden los necesarios acercamientos y la reconciliación de las partes. Es preciso dar pasos hacia delante y desmontar los viejos rencores. El Evangelio es “gracia” para restablecer la armonía de las voluntades, hasta el momento contrapuestas, por la única razón de que Dios es Padre de todos y ama a todos sus hijos. Jesús no cesa de predicarlo y exigir, mediante la conversión, que se inicie de inmediato una nueva y generosa relación entre las personas. Si se logra, el abismo quedará cerrado para que las manos puedan estrecharse lealmente, y - sin eliminar las legítimas diferencias - llegar a la concordia y a la paz. Es la hora de recurrir a Dios, con corazón humilde, y confiar en el Único absolutamente confiable. Su acción restablece la concordia y la amistad y, de esta manera, responde a la mayor necesidad de la humanidad. Sin duda la sociedad de la que somos parte dispone de formas variadas, hasta contradictorias, para expresar sus acuciantes necesidades. La aparente algarabía de conocidos espectáculos de TV termina siendo una mueca espantosa que concluye en el llanto y en la desesperación.
4.- Alejamiento de Dios. ¡Volver a Dios! Se entiende que uno está lejos de Dios para decidir volver a Él. Los signos escalofriantes de un mundo sin parámetros morales, sin ideales elevados, indiferente ante el dolor, la pobreza y la injusticia, indican que el alejamiento de Dios ha cobrado proporciones inéditas. No es la hora de dramatizar infundadamente la realidad humana que golpea cualquier mirada atenta y honesta. La verdad de los acontecimientos posee una carga dramática propia, que no necesita que se la agrave artificialmente. La fe en Cristo Resucitado abre una puerta siempre nueva para ingresar en el misterio de la santidad de Dios. Está la miseria y el crimen, pero también - y de manera muy pujante - está la gracia y la cercanía admirable del Padre Dios, en su Hijo Jesucristo. La victoria del Amor misericordioso no es motivo para manejar malintencionadamente slogans guerreros por parte de algunos caricaturistas contemporáneos. “Cristo vence” significa que la misericordia del Padre se ha instalado definitivamente entre los hombres y que aguarda ser acogida por la humanidad necesitada. Es imperioso y urgente proclamarlo sin temor ni respeto humano por quienes perciben sus frutos en sus propias vidas. Los testigos del Amor misericordioso de Cristo son los santos o, en otros términos, los buenos cristianos.
5.- La ambientación necesaria. La Pascua conforma un ámbito espiritual al servicio de todos. Es preciso, desde la evangelización, no cerrarse a esquemas estereotipados so pretexto de cuidar la ortodoxia, que bien custodia Dios por su Espíritu. Me alegró cuando, en la última Declaración de la Conferencia Episcopal Argentina, los pastores direccionaron su exhortación - además de a los hijos de la Iglesia - a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. El diálogo con todos es una exigencia del carácter universal del mensaje evangélico. Si no se produjera los responsables de su difusión lo traicionarían. Siempre es ocasión para activar ese trascendente diálogo. Cada época es un nuevo y acuciante desafío para entablarlo. La nuestra está como a la espera del empeño de sus naturales evangelizadores, me refiero a los cristianos. La continua celebración de la Pascua - la Eucaristía - produce la ambientación necesaria. Se celebra en la Iglesia, y es ella quien la celebra.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario